Un enemigo implacable Fidel Prado

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Hilary, el capataz del rancho de Dagobert Penrose, llegó a todo galope hasta la hacienda y, frenando bruscamente su montura delante del porche, se apeó de un salto felino y, haciendo resonar sus largas y brillantes espuelas sobre el endurecido suelo, se introdujo en la hacienda. Dagobert trabajaba sombrío ante su mesa de despacho. Pocos hombres se podrían encontrar en todo el territorio del sur de Utah, que impusiesen más respeto al verse ante él. Era un hombre alto, quizá demasiado alto, a pesar de estar bien proporcionado. Carecía de grasas, su cuerpo todo era músculo y hueso, y pocos también serían capaces de mostrar la dureza física que él sabía demostrar cuando la necesidad así lo imponía.

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Un enemigo implacable Fidel Prado

Hilary, el capataz del rancho de Dagobert Penrose, llegó a todo galope hasta la hacienda y, frenando bruscamente su montura delante del porche, se apeó de un salto felino y, haciendo resonar sus largas y brillantes espuelas sobre el endurecido suelo, se introdujo en la hacienda
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